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miércoles, agosto 27, 2025

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“¿Por qué todos los barrios terminan pareciéndose?”

Mi amigo Lucas y yo nos trasladamos a un departamento en Villa Urquiza en 2011, al noroeste de la Ciudad de Buenos Aires. Compartíamos el alquiler y los gastos en un barrio de clase media en pleno crecimiento que por aquel entonces ocupaba el segundo lugar en el ranking de zonas con mayor cantidad de edificios nuevos. Con el tiempo me mudé a otro lugar, pero Lucas permaneció en la zona y cada vez que lo visitaba notaba cómo el barrio transformaba rápidamente su aspecto y paisaje urbano.

Lo que en su momento era principalmente un barrio residencial, a solo unas cuadras de la avenida Triunvirato hoy refleja una marcada presencia comercial ya que cuenta con restaurantes, bares y cafeterías que hace una década no existían. Hasta cierto punto, esto no resulta sorprendente porque se trata de una oferta acorde con la comuna porteña que experimentó mayor crecimiento poblacional. Lo que sí llamó mi atención fue la repetición constante de ciertos nombres: Dandy, Le Blé, Almacén de Pizzas, Antares, Le Pain Quotidien.

¿Un fenómeno mundial?
Si dejamos de lado nuestro barrio por un momento y ampliamos la mirada se puede notar que las ciudades también tienden a parecerse cada vez más entre sí. Hace ya treinta años, el antropólogo francés Marc Augé inventó el término no-lugares para describir aquellos espacios “que no pueden clasificarse ni como lugares de identidad, ni como relacionales, ni como históricos”.

De este modo, “el extranjero perdido en un país desconocido sólo se reconoce en el anonimato de las autopistas, las estaciones de servicio, los grandes supermercados o las cadenas hoteleras. El logotipo de una marca de combustible le sirve como un punto de referencia seguro y experimenta alivio al encontrar en los estantes del supermercado los productos de higiene, del hogar o alimenticios consagrados por las empresas multinacionales”.

Inyectando diversidad
Volviendo al inicio y al hecho innegable de que la diversidad urbana fortalece nuestro vínculo con los lugares que habitamos vale profundizar un poco más.

Como señalamos antes, ningún barrio tiene una identidad fija ya que los relatos y mitos que la construyen son relativamente recientes. Sebreli recuerda que salvo los barrios históricos del sur —San Telmo, Barracas, Constitución, La Boca o Balvanera y algunos enclaves como Flores gran parte de la Ciudad hacia el oeste carecía de carácter propio y fue necesario crear un mito desde cero. Con el tiempo, cada subcentro desarrolló alguna forma de identidad, pero ésta se desvanece cuando la estrategia comercial uniforme impone en los 48 barrios porteños que tienen locales idénticos como Freddo, Subway o Tienda de Café.

Hay alternativas de política pública para intentar mejorar este fenómeno sin restringir la libertad de comercio e industria. Por ejemplo, se podría estimular la presencia de iniciativas originales en zonas mixtas que son desarrolladas sobre terrenos públicos mediante incentivos específicos como otorgar puntajes adicionales en las licitaciones a negocios familiares o a aquellos que no sean simples sucursales de grandes cadenas.

Estos planteos para fomentar la diversidad comercial en nuestros barrios nos acercan a otro gran debate especialmente en los espacios considerados progresistas como la desmercantilización del espacio público. Me refiero a la importante tarea de generar ámbitos culturales o sociales donde no sea necesario consumir para poder disfrutarlos.

Los barrios porteños muestran como la similitud comercial y urbanística puede borrar la identidad local con lo cual lo convierte en espacios únicos en lugares repetidos que tienen cierta similitud. La identidad barrial es clave para que la ciudad conserve su carácter propio.

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