Los primeros habitantes de Versalles, Villa Luro, Liniers, Mataderos y Villa Real se asentaron en las tierras de montes y riachuelos que pertenecían a Pedro Fernández Castro. Desde la zona de Monte Castro comenzó la expansión hacia el oeste de la Ciudad de Buenos Aires.
Durante más de cuatrocientos años estas tierras que formaban parte de la vasta extensión de La Matanza permanecieron sin despertar demasiado interés. En sus comienzos fueron tres estancias otorgadas por Juan de Garay al Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón. Tras separarse de sus primeros dueños hacia 1680, a inicios del siglo XVIII pasaron a manos de Pedro Fernández de Castro y Velasco. Un español que era considerado uno de los principales representantes del Virreinato y gran benefactor de la orden franciscana que tomaría su nombre el barrio de Monte Castro. La fecha de su conmemoración es el 14 de mayo de 1703, día en que se registró la escritura de la enorme fracción de tierra.
Aquel predio, de unas 800 hectáreas que se extendían hasta la actual zona de Mataderos estaba atravesando riachuelos significativos como el Arroyo Maldonado que corría hacia Liniers y Floresta. Además, contaba con una vía propia que era el antiguo camino de Monte Castro que con el tiempo se transformaría en la avenida Segurola, actualmente conecta con Villa Real y Villa Devoto.
De acuerdo a una investigación del Centro de Arqueología Urbana, ese trazado desembocaba en una extensa estancia ubicada en la manzana delimitada por las calles San Blas, Moliere, Camarones y Virgilio, en la actual Villa Luro. Estaba rodeada de densos montes de frutales siendo la madera de durazno indispensable para encender los hogares y de numerosas chacras vecinas.
Algunos cronistas mencionan que el virrey Sobremonte habría atravesado la zona durante su retirada en las invasiones inglesas de 1806, aunque no existen pruebas documentales que lo certifiquen. Pero lo que sí está confirmado son los testimonios e incluso de publicaciones periodísticas de la época donde Monte Castro padeció una fuerte epidemia de viruela en 1820.
Durante el siglo XIX, la apariencia del lugar estuvo marcada por la agricultura intensiva y la cría de ganado, lo que destacó su carácter rural. Las construcciones eran escasas ya que apenas una capilla y una escuela fueron levantadas en 1875 por las Hermanas del Divino Salvador, quienes eran fundadoras de la actual Iglesia de San Cayetano en Liniers.
Monte Castro un barrio con fuerte compromiso educativo
La vocación por la educación en Monte Castro se mantiene viva con lo cual en apenas tres kilómetros cuadrados se encuentran más de diez escuelas de las cuales algunas cuentan con historias destacadas. Un ejemplo es la escuela Provincia de Misiones cuya construcción fue posible gracias a la generosidad de un vecino, quien fue premiado en 1901 en un concurso de la revista Caras y Caretas.
Otro hito en la educación local es el colegio público que hoy luce su moderno edificio art decó en Álvarez Jonte al 4600. Los hermanos Ponce de León, junto con otros habitantes del barrio en 1894 impulsaron su creación para que los niños no tuvieran que atravesar zanjones, arroyos y barro para poder estudiar. Actualmente, esta institución es la orgullosa Escuela N° 3 “Monte Castro”.
A pesar del avance del tiempo y de las transformaciones modernas como el Metrobus, Monte Castro conserva un ritmo casi intacto esto se debe gracias a la protección de sus pasajes o a la ausencia de avenidas de gran tránsito y estaciones de subte. Ese ritmo inmemorial se percibe en la calesita techada de Don José o en el emblemático Bar Olimpo, sobre Arregui al 5700.
Quien recorra sus veredas podrá notar la pausa de la siesta incluso en días hábiles. Es un lugar muy llamativo ya que a poco más de 12 kilómetros del Obelisco hace que en las esquinas de Monte Castro se vislumbre la punta de los sueños.
Monte Castro se presenta como un barrio porteño con fuerte identidad histórica, educativa y cultural ya que desde sus orígenes contaba con espacios emblemáticos como las antiguas estancias, la calesita de Don José y el Bar Olimpo cuyos espacios destacaban la vida cotidiana que contrastaba con la modernidad de la ciudad. Lo que sin duda Monte Castro combina historia, tradición y sentido de comunidad a quienes lo recorren.

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