En las villas porteñas como la emblemática Villa 31 de Retiro conviven historias de vida marcadas por la migración, la lucha y la resiliencia. Estela oriunda de Paraguay llegó sin conocer que la vivienda que había adquirido estaba en uno de estos asentamientos. Vicente que en su juventud logró salir de un barrio precario volvió debido a la imposibilidad de sostener un alquiler formal.
Por su parte Susana proveniente de una familia de clase media afectada por las crisis económicas, pasó de ser considerada una víctima a convertirse en una activa defensora de los derechos de los vecinos.
Estas vivencias e historias no son aisladas ya que más de 150 mil personas que habitan las más de veinte villas de la ciudad están enfrentando diariamente privaciones, inseguridad, pero también trabajo, esfuerzo y esperanza. Este conjunto de experiencias conforma una identidad villera que cada vez suscita mayor interés entre antropólogos y sociólogos.
La investigadora María Cristina Cravino, de la Universidad Nacional de General Sarmiento, profundizó en estas realidades a través de entrevistas, relatos de vida y encuestas reflejando en su libro Vivir en la villa las voces y perspectivas de los residentes, ofreciendo una mirada compleja y humana sobre estas comunidades.
Los estudios recientes sobre las villas porteñas revelan un panorama que contrasta con las primeras investigaciones realizadas en la década de 1990. Aunque el sentido de comunidad y esperanza persiste en la precariedad ya que se ha profundizado notablemente. El padre Luis Farinello que fue testigo de más de cuarenta años de vida en las villas señala que antes el ambiente estaba marcado por la música y la vida al aire libre en contraste con la actual presencia creciente de drogas y pobreza extrema.
Un vecino de la Villa 31 describe este cambio con sus propias palabras mientras antes los habitantes optan por soluciones temporales y emigraban a la provincia hoy construyen viviendas sólidas en el barrio de tal modo que buscan mejorar sus condiciones de vida a pesar de las dificultades persistentes.
En las villas porteñas las dinámicas sociales han evolucionado hasta generar nuevas formas de diferenciación interna donde conviven “ricos y pobres” o “propietarios e inquilinos”. Este fenómeno antes inexistente refleja cambios profundos en las formas de habitar el espacio. La condición de inquilino implica una vulnerabilidad mayor ya que la falta de contratos estables deja a estas personas en constante riesgo de desalojo evidenciando una nueva capa de precariedad dentro de los mismos asentamientos.
Las villas porteñas mantienen fuertes vínculos familiares y comunitarios que superan incluso los del “mundo exterior”. Según el padre Guillermo Torre encargado de las capillas en Villa 31 y 31 estas redes de solidaridad tienen un valor superior al clientelismo y las políticas asistenciales estatales ya que no solo brindan apoyo inmediato, sino que también empoderan a los vecinos para ser protagonistas de su propio desarrollo.
La cultura popular que está representada por la cumbia villera y el fútbol, es parte esencial de la identidad de estos barrios simbolizando la esperanza y el anhelo juvenil de reconocimiento más allá de los límites del asentamiento. Mientras tanto muchos adultos especialmente mujeres sueñan con la vivienda propia como un camino hacia la superación.
Sin embargo, las villas enfrentan desafíos profundos como la inseguridad y el narcotráfico, problemas que afectan tanto a sus habitantes como al resto de la ciudad. La mayoría de los vecinos rechazan a los delincuentes quienes a su vez son también víctimas de la violencia.
Un rasgo destacado es la intensa vida democrática que se desarrolla en las villas con elecciones de delegados y presidentes de barrio que cuentan con supervisión judicial y civil. Este proceso, aunque desigual según el barrio, ha fortalecido la participación comunitaria y la reivindicación de derechos urbanos.
En resumen, las villas porteñas representan comunidades complejas donde conviven precariedad y resiliencia. A lo largo de décadas estos barrios han evolucionado de simples asentamientos a espacios con identidades propias marcadas por una mezcla de arraigo, solidaridad y dinámicas sociales internas que incluyen la emergencia de diferencias económicas como propietarios e inquilinos.
A pesar de las dificultades crecientes como la inseguridad y el narcotráfico, los habitantes mantienen fuertes lazos familiares y culturales con la cumbia villera y el fútbol como símbolos de esperanza y pertenencia. Además, se observa una activa participación democrática con elecciones internas que reflejan un proceso de autogestión y reclamo de derechos.
Este panorama demuestra que más allá de los estigmas externos las villas son espacios vivos donde sus pobladores luchan por mejorar sus condiciones y construir un futuro con dignidad y autonomía.

Visitas: 11